El mandamiento: “Honrad a vuestro padre y a vuestra madre”, es una consecuencia de la ley general de caridad y de amor al prójimo, porque no se puede amar al prójimo sin amar a su padre y a su madre; pero la palabra honrad encierra un deber más respecto a ellos: el de la piedad filial. Dios ha querido manifestar con esto que al amor es preciso añadir el respeto, las atenciones, la sumisión y la condescendencia, lo que implica la obligación de cumplir respecto a ellos, de un modo más riguroso aún, todo lo que la caridad manda con respecto al prójimo. Este deber se extiende, naturalmente, a las personas que están en el lugar de padre y de madre, y que por ello tienen tanto más mérito cuanto menos obligatoria es su abnegación. Dios castiga siempre de un modo riguroso, toda violación a este mandamiento.
Honrar a su padre y a su madre no es sólo respetarles; es también asistirles en sus necesidades, procurarles el descanso en su vejez y rodearles de solicitud como lo han hecho con nosotros en nuestra infancia.