En la máxima: Fuera de la caridad no hay salvación, están
contenidos los destinos de los hombres en la Tierra y en el cielo; en la
Tierra, porque a la sombra de ese estandarte, vivirán en paz; en el cielo,
porque los que la hayan practicado encontrarán gracia ante el Señor. Esta
divisa es la antorcha celeste, la columna luminosa que guía al hombre en el
desierto de la vida para conducirlo a la Tierra Prometida, y brilla en el cielo
como una aureola santa en la frente de los elegidos, y en la Tierra está grabada
en el corazón de aquellos a quienes Jesús dirá: Pasad a la derecha, vosotros
los bendecidos de mi Padre.
Les reconoceréis por el perfume de caridad que esparcen a
su alrededor. Nada expresa mejor el pensamiento de Jesús, nada resume mejor los
deberes del hombre, que esta máxima de orden divino; el Espiritismo no podía probar
mejor su origen que dándola por regla, porque es el reflejo del más puro
Cristianismo; con semejante guía el hombre no se perderá jamás.
Someted todas vuestras acciones al control de la caridad,
y vuestra conciencia os contestará; no solamente os evitará el hacer el mal,
sino que os llevará a hacer el bien: porque no basta una virtud negativa, es
menester una virtud activa; para hacer el bien es necesario la acción de la
voluntad; para no hacer mal, basta muchas veces la inercia y la negligencia.
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